Cuando nos duele la cabeza, sabemos que hay muchas causas posibles para ese dolor y que puede ir desde algo leve hasta algo muy serio, aunque lo más probable es que sea lo primero. Si decidimos ir al médico, probablemente nos hará algunas preguntas detalladas sobre el tema: desde cuándo tenemos esos dolores de cabeza, qué tipo de dolores notamos, desde cuándo ocurren, y qué otros síntomas tenemos. Es decir, nos hace una evaluación, un examen detallado con el que determinar si lo que tenemos es gripe o un tumor cerebral, ambos pueden causar dolor de cabeza ¿no? Pero, aunque ambos pueden causar ese dolor, como bien sabéis su tratamiento es totalmente diferente
Bueno, pues esto también debería ser aplicable a los trastornos psicológicos, sobre todo los relacionados con la infancia y la adolescencia: muchos síntomas comunes pueden ocurrir por una variedad de razones, y pueden reflejar varios diagnósticos diferentes. Es por eso por lo que siempre debe ser un profesional de la salud mental quien proporcione a nuestros hijos/as o alumnos/as una evaluación detallada basada en una amplia gama de información antes de emitir un diagnóstico.
¿Por qué os decimos esto? Pues porque constantemente en nuestro día a día nos encontramos con madres y padres preocupados por algún diagnostico precipitado que algún familiar, amigo o conocido ha hecho de su hijo o hija o bien porque ellos mismos han leído uno de los miles de artículos que circulan por internet que empiezan así: Si tu hijo hace (o no hace) X, es probable que padezca Z, un trastorno psicológico cada vez más extendido”.
¿No tenéis la sensación de que hay que encontrarle un nombre clasificatorio a todo comportamiento infantil o adulto que se salga de la norma? Nosotras sí.
Es muy importante diferenciar entre un comportamiento “normal” de otros que no lo son, ya que en la infancia es frecuente y natural que los niños y niñas estén muy activos, presten poca atención a lo que les decimos o actúen de forma impulsiva sin atender a las consecuencias de sus actos.
Etiquetar y catalogar a un niño o niña de esto, o lo otro, o lo de más allá, porque simplemente tenga unos rasgos de personalidad, o porque tenga una época en la que está más activa, rebelde, callada o llorón, es un error que nos lleva a encasillar a los niños y niñas, haciéndoles creer que no pueden ser de otra forma, y que supuesto, que no podrán cambiar.
En muchas ocasiones estas etiquetas vienen porque los padres están perdidos, y no saben cómo afrontar algunos cambios que se producen en sus hijos e hijas y buscan respuestas rápidas. Y es que cuando la personalidad de un niño/a no acaba de encajar o coincidir con la de otros miembros de la familia, esto puede constituir un reto para todos.
A veces las etiquetas son una forma de confirmar a los padres que algo no marcha bien y se sienten aliviados al encontrar una respuesta, como ocurre a veces con el déficit de atención con o sin hiperactividad, depresión, Trastorno de Ansiedad Generalizada, Trastorno Obsesivo Compulsivo, etc.
Pero nos gustaría incidir en que este tipo etiquetado solo es necesario para poder acceder a los recursos necesarios para potenciar el buen desarrollo de los niños y niñas. Pero en ningún caso deberá ser una excusa para resaltar sus aspectos negativos, no hay que ver los inconvenientes, sino las posibilidades de mejora.
Y es que hay que tener mucho cuidado con este tipo de etiquetas especiales porque los niños pueden sentir que están sentenciados a cadena perpetua con ellas. Si se etiqueta a un niño de “impulsivo” o de tener “déficit de atención” se le está adjudicando una condición a algo que se puede trabajar y conseguir buenos resultados siempre que se refuerce de forma positiva.
Si las etiquetas no se utilizan bien pueden limitar a los niños y niñas en lugar de darles la oportunidad de mejorar según sus capacidades, sus necesidades y sus intereses personales.
Por eso desde Las Gafas de Pensar os recomendamos que si estáis preocupados por el comportamiento o desarrollo de vuestro hijo/a Alumno/a acudáis o consultéis siempre con un profesional (Pediatra, Psicólogo, Pedagogo, Logopeda…) para que se pueda realizar un diagnóstico apropiado. No es nada recomendable dejarse influir o aconsejar por la actual “nube de información y recomendaciones” que nos rodean.
Como dice el Psicólogo Clínico y experto en temas de educación y crianza, Alberto Soler, "Poner una etiqueta a un niño es muy fácil; quitársela no".